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NO HAY POR QUIEN

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Contra la Corriente

Manizales, 26 de mayo de 1998

Aunque lo peor apenas empieza, bien mal andan las cosas en Colombia. El agro agoniza y los acuerdos con el Mercosur podrían liquidar buena parte de lo poco que queda; van años de importaciones mayores que las exportaciones y los analistas coinciden en la desindustrialización del país; abundan las denuncias sobre unas privatizaciones convertidas en auténticas piñatas; en poco más de un lustro la deuda externa pasó de 15 mil a 30 mil millones de dólares y el déficit fiscal amenaza con reventar. Como es obvio, las quiebras de los negocios y las bajas utilidades son la norma, al igual que el incremento del desempleo, la disminución de los salarios y la reducción del consumo. La situación es tan mala y las tasas de interés tan altas, que tiembla hasta el sector financiero, cada vez más parecido a una casa de empeño de lujo. Ya pocos dudan que la apertura se diseñó en beneficio de las potencias exportadoras de capitales y mercancías y de los magnates nativos que respaldan las políticas neoliberales. Y todo ocurre en un mar de corrupción pública y privada que se burla de las seudocampañas moralizadoras.

 

A la par, funcionarios gringos de todos los tipos y niveles, incluidos varios de los que tienen sus dedos en los gatillos, opinan, intrigan, tergiversan, amenazan, ordenan, en privado y en público, desde el imperio y desde el propio territorio nacional, por donde se pasean como virreyes. En ciento ochenta años de vida republicana nunca había sido tan ofendida y vulnerada la soberanía nacional, ni sometido el país a relaciones económicas internacionales tan desventajosas para su desarrollo.

 

Sobre la modificación de esta realidad no dicen ni una palabra de fondo Pastrana, Noemí y Bedoya, quienes, favorecidos por su retórica contra el “continuismo”, ni siquiera intentan ocultar que su “cambio” es aperturista y privatizador. Particularmente Pastrana, por sus posiciones en el pasado y en el presente, es el favorito del gavirismo, de los neoliberales más conspicuos y de la Casa Blanca. A diferencia de éstos, Serpa, en acto de prestidigitación que confunde a unos y camufla a otros, posa de nacionalista y de antineoliberal, mientras intenta desligar el desbarajuste nacional de sus actos como miembro del gobierno.

 

Serpa fue ministro de Barco, en cuyo gobierno se inició la apertura. Después presidió la constituyente, la obra cumbre de Gaviria que, como se sabe, tuvo como principal propósito darle base jurídica a la apertura y a la privatización. Para completar, ejerció como principal escudero de Samper, tan rabiosamente neoliberal como su antecesor, si no se cae en el garlito de confundir lo que el gobierno dice con lo que hace. Inclusive, y dados los hechos, hasta los más furibundos serpistas tendrán que reconocer que las frasecillas “nacionalistas” de su candidato -como las de Samper- nunca pasaron de ser los reclamos de quien no le molesta la enjalma sino la peladura. Y durante la campaña electoral más de lo mismo que practicó y practica Samper. Aunque se desgañite por dar una impresión diferente, no hay en las propuestas de Serpa una sola afirmación que proponga rectificar el rumbo que destruye al país.

 

Entonces, no hay por quien votar en Colombia. A pesar de la confusión reinante, hoy es más cierto que nunca que olivos y aceitunos todos son uno y que el deber de quienes tenemos alguna influencia en la opinión pública no consiste en permutar esa influencia por ventajas personales, sino en decirle pan al pan y vino al vino.