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“EN COLOMBIA HABIA…”

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Contra la Corriente

Manizales, 28 de febrero de 1999.

Refiriéndose a lo que ocurre en el agro, Lester Thurow escribió: “El mundo puede producir más que lo que necesitan comer los que tienen dinero para pagar. Ningún gobierno -agrega- firmará un acuerdo que obligue a un elevado número de sus agricultores y a una gran extensión de sus tierras a retirarse de la agricultura” (“La guerra del siglo XXI”, Vergara, Buenos Aires, 1992). Por su parte, Cecilia López Montaño, por esos días Ministra de Agricultura, comentó las importaciones de 1.700.000 toneladas de maíz diciendo: “Colombia tiene que entender que no puede ser un país competitivo en producción de cereales” (El Tiempo, 1.XI.97). Y el conocido líder de los arroceros tolimenses, Angel María Caballero, refiriéndose a producciones de importancia, dice: “en Colombia había trigo, había maíz, había algodón, había… No podemos quedarnos impasibles hasta que un día se diga ‘había arroz’, porque aquí no caben nuestra producción y las importaciones”.

 

En las tres citas anteriores queda planteado el problema del agro nacional. De lo afirmado por Thurow, decano de administración del Instituto Tecnológico de Massachusetts, se desprende que ya para ese entonces se conocía que el mundo estaba produciendo alimentos en exceso relativo y que, cosa bien improbable, este analista no sabía de la existencia de mandatarios del corte de Gaviria, Samper y Pastrana o se estaba refiriendo a los gobiernos -nacionalistas, ellos sí- de los países desarrollados. Por su parte, la alta burócrata mencionada reflejó el desparpajo impune con el que suelen expresarse los funcionarios neoliberales de los gobiernos que sí firman acuerdos que obligan a un elevado número de sus agricultores y a una gran extensión de sus tierras a retirarse de la agricultura, para ponerlo en las palabras del profesor norteamericano, que fue lo que firmó Colombia cuando se sometió a ingresar a la Organización Mundial del Comercio. Y la posición de Caballero refleja el punto de vista patriótico del empresario que sabe que en el proceso de desmantelamiento del agro nacional se ésta en la hora del arroz, no por problemas de eficiencia, como con cinismo se afirma, sino por causa de un conjunto de políticas que apuntan a reservarle a unas naciones la producción de la dieta básica de los pueblos, mientras condenan a otras a defenderse como puedan con el cultivo de alimentos de exportación no necesarios, alimentos que en crisis económicas universales como la que se vive -y la cual apenas empieza- se sobreproducen más que nunca y son rápidamente desechados por los consumidores.

 

Luego de dos lustros de apertura ya nadie puede afirmar que no sabe de que se trata el asunto. A las desde siempre rebatibles doctrinas neoliberales las sentenció como fracasadas el veredicto de la práctica. Tanta destrucción de riquezas acumuladas, tanto desempleo y tanta hambre no son, naturalmente, un castigo del cielo; son el producto de la combinación de dos realidades: la apertura le sirve a las transnacionales de todo tipo y a las potencias, empezando por Estados Unidos, y a quienes en Colombia los representan; y el neoliberalismo también sobrevive porque los afectados han preferido la “tranquilidad” de su ruina personal al riesgo de desafiar la amenaza y vencerla, ilusionados en la vana esperanza de que “ese es problema de otros”. Es de suponer que quienes ingenuamente pensaron que la felicidad del agro residía en “montarse en el tren de la apertura” ya enterraron esa ilusión, o perdieron la inocencia.

 

En el agro, y en la industria y en todo, llegó la hora de nona. La hora de hacer reversar lo que no le sirve a la nación o la hora de darle la última y pusilánime bendición al desastre. El tiempo dirá si su nuestros hijos y nietos afirmarán: “en Colombia había trigo, había maíz, había algodón, había arroz… y había país y Patria” o dirán: “en Colombia hay…”.