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El verdadero objetivo del blablablá constituyente

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Por Jorge Enrique Robledo 

A los cuatro meses de andar Gustavo Petro echando cuentos sobre montar una constituyente en su administración, cambió ese cañazo por otro. Ahora la constituyente será en el gobierno que empieza en 2026 y él no será el presidente porque no va por la reelección, según ratificó su nuevo ministro del Interior.

Aunque le sobren las ganas, Petro no pudo intentar reelegirse porque nunca ha tenido la fuerza suficiente en el Congreso para cambiar el artículo de la Constitución que prohíbe la reelección y nada dice que iba a ser tan zoquete de meterse en la aventura de promover un golpe de Estado para quedarse en la Casa de Nariño, porque por ese camino podía terminar hasta en la cárcel.

En la W Radio con la senadora Clara López, del Pacto Histórico, ella nos explicó que el “acuerdo nacional” que va con la nueva constituyente tiene el propósito de fortalecer a su partido para el Congreso y la Presidencia en 2026. Señaló que era un proyecto sin reelección y de “cara a las próximas elecciones, sin lugar a dudas, porque esto se decide es con votos y a lo que aspiramos es a que el proyecto del cambio continúe en los próximos cuatro años” (Ver enlace). Ya veremos cuántos incautos pescan con esta red. 

El mismo fin de hacer política tuvo el cañazo que Petro lanzó el 15 de marzo, cuando por primera vez habló de una asamblea constituyente, a pesar de que, en ceremonia pública, en 2018, había firmado en piedra –literalmente– que no haría nada en ese sentido. Hablé de cañazo porque, como ya señalé, nada me decía que Petro saliera bien librado de meterse en esa aventura, que sí podía devolverse en su contra.

Y también entendí como otro bluf –la palabra que en el diccionario mejor define a cañazo porque significa “fanfarronada, acción intimidatoria hecha por quien no cuenta con los medios para cumplir su amenaza”–, cuando Petro salió a dar coba hablando de “constituyente primario”, término que puede significar un alzamiento popular que, como el del 20 de julio de 1810, cambia la legalidad vigente por otra diferente. Palabras muy mayores en las que no veo a Petro, porque ese acto lo pondría en una muy profunda contradicción con muchos en el país y además con Biden, a quien tanto ha cortejado desde antes de ser presidente de Colombia.

Si sobre las verdaderas intenciones reeleccionistas de Petro ha habido confusión, es porque algunos se han empecinado en dotarlo del poder de convertirse en otro Chávez, para reelegirse en la Presidencia, haciendo caso omiso de dos diferencias determinantes: no son iguales la Venezuela de 1999 y la Colombia de 2024 ni haber sido coronel del ejército venezolano en vez de guerrillero colombiano.

La causa del parloteo de Petro sobre cambiar la Constitución, dirigido a tramar a sus seguidores, es más simple que su retórica ampulosa y vacua. Todo se reduce a que concluyó que en el “gobierno del cambio” los únicos cambios de importancia son los de los poquísimos petristas que pasaron a “vivir sabroso”, muy sabroso. Porque en cuanto a las gentes del común, poco o nada, más allá de oír discursos flojos y lo que les toque de asistencialismo clientelista.

Y entonces Petro, astuto, sale a decir que no ha hecho “el cambio” porque las normas constitucionales no se lo permitieron, con lo que mata dos pájaros de un tiro: que él no tiene la culpa de su mal gobierno y que hay que elegir a uno de los suyos en 2026 y cambiar la Constitución para, ahí sí, cumplir las promesas.

Bogotá, 6 de julio de 2024.