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Y RESUCITÓ DE ENTRE LOS VIVOS

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Contra la Corriente

Manizales,. 6 de marzo de 1996

Luego de que el entrevistado se quejara por el trato que le dan, el periodista preguntó: “¿Se siente Usted como el embajador de una finca de Bill Clinton?” Y, después de un breve silencio, Carlos Lleras de la Fuente respondió: “No. Me siento como el embajador de una colonia del antiguo imperio turco” (Caracol, 6 AM – 9 AM, febrero 29 de 1996). López Michelsen escribió un largo artículo sobre el intervencionismo de Estados Unidos en los asuntos internos de varios países, incluido el nuestro (El Tiempo, 25 de febrero de 1995). En dos editoriales del periódico de los Santos sobre las relaciones de Colombia con la Casa Blanca se mencionó “la inconveniente intromisión norteamericana”, se dijo que “la suya es una posición flagrantemente violatoria de las normas de Derecho que regulan las relaciones internacionales”, se afirmó que desde que la ONU validó las acciones gringas se “vulneraron las soberanías en un proceso creciente y manifiesto” y -ver para creer- se calificó a la potencia del Norte como un “imperialismo” que “manda y se aprovecha”, aunque el editorialista intentó suavizar sus propios análisis calificándolo de “muy tolerante” (octubre 7 y diciembre 20 de 1995). Y luego de la descertificación, abundan los reclamos de conocidos colombianos, o de gentes del común, repudiando un enjuiciamiento que sólo lo valida la forzuda arbitrariedad de quien lo ejecuta.

 

Estos hechos -los tercos hechos- exigen retomar el hilo de un debate que en cierta medida se había perdido hace un poco m s de un lustro, cuando, sustituyendo los argumentos con las frases altisonantes, se quiso impedir que siquiera se mencionaran soberanía nacional, respeto a la autodeterminación de las naciones, relaciones internacionales mediante el respeto mutuo y el beneficio recíproco y todos los demás principios que el desarrollo de la civilización ha señalado como las normas que debieran regir las relaciones entre los países. Y si no se podían mencionar los anteriores principios, ­ay de aquel que se atreviera a hablar de imperialismo! Al instante le llovían acusaciones de “dogmático”, “ser del pasado”, “ciego ante el progreso”, “no entiende que el mundo cambió”, etc., etc. Con tal de no ceder el punto, hasta hechos tan brutales como la invasión a Panamá y el secuestro de su presidente se justificaron con análisis alcahuetas.

 

De ahí que haya que recordar que el cabal ejercicio de la soberanía nacional sirve para mucho más que impedir que se ofendan los muy lícitos sentimientos patrios o para asegurar que se pueda sufrir envueltos en el tricolor y cantando el himno nacional cuando juega la selección Colombia. El problema de la soberanía también tiene que ver con si se desarrollan o no la industria y el agro, con la rapidez o la lentitud con la que se acumula la riqueza en el país y con el avance o el estancamiento tecnológico, es decir, con los niveles salariales, la tasa de desempleo, los índices de pobreza y las muchas lacras propias del subdesarrollo. Puede demostrarse que los países auténticamente desarrollados han tenido, y tienen, como palanca fundamental de su progreso material y cultural el manejo autónomo de su economía y su política. Y puede demostrarse que a los países atrasados les ha ocurrido, y les ocurre, lo contrario.

 

Hubiera sido mejor que las relaciones económicas internacionales de jinete y caballo hubieran quedado relegadas a las definiciones de los arcaísmos en los diccionarios. Sin embargo, ello no es así y tampoco lo será en un plazo previsible. Por tanto, nación que no tome atenta nota de esta realidad y no actúe en consecuencia, se mantendrá en la misma condición de los camarones que se duermen: seguir  viendo como la brecha entre ella y las potencias continuará ampliándose, tal y como viene ocurriendo desde hace décadas.