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¿QUIÉN DIJO LA VERDAD SOBRE EL TLC?

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 24 de febrero de 2006.

Cuando empezó el debate sobre el TLC, unos dijimos que no debía firmarse porque le haría grandes daños al país, agravando los problemas de atraso, desempleo y pobreza. Uribe y sus voceros afirmaron que no había de qué preocuparse, porque iban a “negociar bien”, a lo que respondimos que esa frase no pasaba de ser otra astucia tendiente a engatusar a los colombianos creándoles la ficción de que no iban a plegarse a los intereses de Estados Unidos. Algunos cayeron en la manipulación oficial. No olvido a un jefe de Fenavi diciéndome: “Senador Robledo, el Presidente me dio la garantía de que no habrá importaciones de cuartos traseros de pollo”.

 

Veinte meses nos pasamos en el debate. Ellos diciendo que el país perdería poco por las importaciones y que ganaría mucho con las exportaciones. Y nosotros mostrando cómo el gobierno colombiano cedía, cedía y cedía mientras los estadounidenses no entregaban nada, entre otras razones porque estos se sentaron a la mesa a cumplir una ley de su Congreso que les ordenó aspirar a mucho y hacer concesiones ridículas, posición que tanto contrastó con la del Presidente Uribe, que incluso impidió que el parlamento colombiano le pusiera alguna cortapisa a su poder de negociación, lo que significó que Estados Unidos pudo aspirar a sacrificar todo el interés de Colombia, como en efecto sucedió. Con estos negociantes…

 

Para el momento en que se confirmó que el único TLC posible era uno en el que Colombia tendría que renunciar hasta a las muy mediocres aspiraciones defensivas y ofensivas del uribismo, Uribe hizo el ridículo de irse a Washington a intentar crear la ficción de que él, el Mesías en persona, se pararía erguido en defensa del interés nacional, cuando cualquiera puede constatar que viajó a hacer exactamente lo contrario. ¿Hasta cuándo le funcionará el truco de faltar a la verdad con tanto descaro que mejora su posibilidad de tener éxito en el engaño?

 

El sacrificio del interés nacional será tanto que el Tribunal Administrativo de Cundinamarca le prohibió al Presidente aceptar lo exigido por Estados Unidos en propiedad intelectual sobre medicamentos y en importaciones agropecuarias subsidiadas y de bienes usados y remanufacturados. Y Uribe, en vez de utilizar la decisión del Tribunal como una excusa para no someterse a la Casa Blanca, prefirió asumir la conducta dictatorial de violar la ley y desacatar la prohibición de los jueces.

 

Para completar la pesadilla que vive Colombia, el uribismo habla de aumentar los impuestos para subsidiar a los “perdedores” del TLC, como si el engendro no lesionara a casi todos los colombianos, como si los mayores impuestos fueran a pagarlos las transnacionales, como si alguna limosna les cambiara la vida a los que se arruinarán y como si esas platas no tuvieran como propósito financiarles el clientelismo a los parlamentarios que voten sí a este atropello a la soberanía nacional, el primer requisito del progreso de cualquier nación.

 

¿Por qué tuvimos la razón quienes desde el principio advertimos que el TLC le haría daño a Colombia? No fue porque seamos magos ni porque acertáramos de chiripa. Nunca caímos en la trampa porque conocemos bien lo que significa el “libre comercio” para los imperialistas que mandan en la Casa Blanca y porque le tenemos calada el alma a Álvaro Uribe Vélez.

 

Coletilla uno: con su respaldo al TLC, el gerente de la Federación de Cafeteros se puso en contra de quienes le pagan el sueldo, pues estos no solo cultivan café. Así se confirma que representa es al gobierno y que no es lo mismo vivir del café que de los caficultores.

 

Coletilla dos: Carlos Gaviria debe ganar sobrado la consulta del Polo Democrático Alternativo sobre su candidato único a la Presidencia. Y Arahugo Gañán, el líder indígena riosuceño, debe ser electo representante a la Cámara por Caldas.

 

Coletilla tres: si Antanas Mokus es el legítimo representante de los intereses de las comunidades indígenas de Colombia, yo soy la Reina Isabel.