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POR UN PROGRAMA Y UN CANDIDATO QUE VALGAN LA PENA

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 5 de noviembre de 2004.

Es un hecho que el proyecto de reelección presidencial, concebido a la medida de Álvaro Uribe Vélez y del exclusivo club que lo rodea, será aprobado en el Congreso. ¡Y de qué manera consiguieron los votos suficientes! Pues no fue porque sí que el estilo presidencial consignó los nombres de los Yidis y los Teodolindos en la historia de la politiquería nacional. Queda solo por saberse qué dirá la Corte Constitucional sobre tamaño despropósito y si, a la hora de la verdad, el Presidente-Candidato, con su naturaleza cada vez más a la vista, logrará mantenerle el respaldo político a su candidatura, o si será reemplazado por uno de sus escuderos.

 

Pero ocurra lo que ocurra, nadie duda que el objetivo del uribismo de quedarse en el poder para siempre –como explicara un conocido senador conservador cuando todavía no era reeleccionista–, ya generó una tendencia que busca oponerles a esas ambiciones desmedidas un candidato presidencial que sea capaz de derrotarlo, lo que exige empezar por definir si lo que se trata de vencer es a una persona o a lo que esta representa. Porque tonto sería conseguir un candidato presidencial que lo derrotara, pero para seguir, aderezándolas con unos cuantos matices, con las mismas políticas de Álvaro Uribe Vélez.

 

Es cierto que de Uribe Vélez desagradan el sombrero arrugado, la mano en el pecho y la mirada de seminarista, así como sus sainetes sabatinos televisados, para no mencionar otras facetas de su personalidad. Pero esos gestos demagógicos deben molestar más por razones de fondo que de forma, dado que ellos obedecen a astucias para ocultar su programa económico, social y político, que es donde hay que centrar el debate, si lo que se quiere es que los colombianos escojan entre proyectos diferentes.

 

A mi juicio, el programa del candidato que le dispute al uribismo la Presidencia debe ser opuesto, en lo económico, a las políticas del Consenso de Washington y el Fondo Monetario Internacional y, en especial, a su culmen, el Tratado de Libre Comercio, el cual sometería nuestro enclenque aparato productivo industrial y agropecuario al de Estados Unidos, lo que acabaría de arrebatarnos la soberanía y cualquier posibilidad de desarrollo próspero. En lo social, debe contraponerse a las políticas que se inspiran en la idea de que el país no funciona porque los pobres y las capas medias comen demasiado, con lo que los neoliberales justifican, entre otras medidas, disminuir el empleo, reducir los salarios, golpear las pensiones, incrementar el IVA y privatizar la educación y la salud. Y en lo político debe rechazar el uso de la violencia como mecanismo para resolver las contradicciones que existen en el país y pugnar por una solución negociada del conflicto armado, así como repudiar el autoritarismo presidencial y sus ataques a los derechos ciudadanos y a las normas democráticas que quedaron en la Constitución de 1991. Es evidente que una propuesta de este tipo permitiría agrupar en torno a ella a la casi totalidad de la nación.

 

En cuanto a la persona que encarne este programa, no debe haber vetos por su militancia política, pues la tarea es unir a diversas banderías. Pero sí debe ser alguien que se comprometa con un programa alternativo al del uribismo y que con su vida haya demostrado estar a favor de las profundas transformaciones que requiere Colombia.

 

Con un propósito unitario, los nueve congresistas de Alternativa Democrática presentamos a la consideración de los colombianos la precandidatura presidencial de Carlos Gaviria Díaz, dirigente sin tacha que cumple como el que más los requisitos que ha de tener un buen candidato. Pero no puede interpretarse esta propuesta como una decisión que los demás sectores interesados en oponerse al uribismo deben simplemente acatar. De ninguna manera. Si no hablamos de candidatura, es precisamente porque de lo que se trata es de facilitar que se presenten otros nombres, buscar acuerdos programáticos y generar consensos, para que un candidato de la más amplia unidad pueda derrotar a Uribe Vélez o a quien este escoja.

 

Lo único positivo que tiene la decisión de Álvaro Uribe Vélez de modificar las normas en su beneficio y el de quienes lo rodean para reelegirse, es que ese acto antidemocrático puede generar una respuesta tan amplia que sea capaz de derrotarlo y, con él, a su programa económico, social y político. Hagamos votos porque todos los que tenemos responsabilidades al respecto estemos a la altura que las circunstancias nos exigen.