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POR QUÉ PERDIERON LA CABEZA

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Contra la Corriente

Manizales, diciembre 2 de 1995.

La historia la contó La Patria con oportunidad y detalle. Hace cinco años, dos multinacionales, una sueca y otra española, decidieron repartirse la producción mundial de fósforos. El grupo español Fierro se encargó de engullirse el mercado latinoamericano. Con ese propósito compró la Compañía Fosforera Colombiana, que pertenecía a inversionistas suecos, y montó una nueva fábrica en Sopó, Cundinamarca. Luego, les ofreció compra a todas las fosforeras del país. Primero cayeron ante el asedio Iris y Refuegos. Después, mediante una promoción de “pague una caja y lleve dos”, liquidó a El Viejo, Vulcano y Póker, las tres localizadas en Manizales. Y para finalizar la ofensiva, con la oferta de “tres cajas por una” siguió vendiendo a pérdida, pero rindió a El Rey, su última competidora manizaleña y nacional. En conclusión, perdieron sus empleos 827 personas, muchas de ellas mujeres, y los nuevos dueños destruyeron las máquinas de las empresas que adquirieron y que habían funcionado en conjunto durante m s de 141 años. Es cosa de esperar para ver a cómo venderá el agresivo monopolio, ahora sí, sus cerillas.

 

Cuando ya no había nada que hacer, la Superintendencia de Industria y Comercio empezó una de esas investigaciones que suelen anunciarse en el país, pero hasta la inició recordando que en la era de la apertura esas cosas pueden suceder porque, al fin y al cabo, se trata de confrontar diversos grados de “eficiencia” empresarial.

 

Con lo ocurrido se comprueban varias advertencias: en la apertura, la industria del país -salvo la monopolista, y hasta esto habrá que verlo- poco tiene nada que hacer frente a los monopolios foráneos; las transnacionales se reparten el mercado mundial mediante acuerdos o mediante confrontaciones, según sean sus conveniencias; la competencia se hace -como siempre- recurriendo a prácticas “leales” y “desleales”; se concentrará la propiedad, disminuirá el empleo industrial, bajarán los salarios y el trabajo nacional acumulará capital en el exterior y no en Colombia.

 

Y nadie debe sorprenderse por lo ocurrido, conocida la lógica que impulsa las orientaciones de la banca internacional: la llamada “globalización” quiere decir que el mercado mundial debe ser uno sólo, para que los capitales y las mercancías puedan pasearse por él sin cortapisas. Esto presupone, obviamente, la creación de negocios apropiados para los poseedores de capitales -así estén en parte traducidos en tecnologías- de envergadura universal. Su ideal es que todo en el mundo se haga con las características propias del poder de un puñado de grupos financieros descomunales. Entonces, recriminar a un productor nacional porque no es “eficiente” frente a una transnacional riquísima que, como prueba aplastante de ello, puede vender a pérdida por lapsos prolongados, no pasa de ser una exigencia que carece de asidero con la realidad y hasta resulta cruel.

 

Que el rumbo que se persigue está claro, lo ilustran los preparativos de los magnates del Orbe. Por ejemplo, los mil mayores monopolios de la Comunidad Europea realizaron 622 fusiones en 1990, Nestlé adquirió empresas por 13.200 millones de dólares entre 1985 y 1994 y en sólo julio pasado hubo tres uniones bancarias valoradas en más de 13.000 millones de dólares en Estados Unidos, país donde se puso al orden del día el dilema de “comprar o ser comprado”.

 

De insistirse en renunciar al empleo de la soberanía en favor de los productores nacionales, en Colombia apenas podrán resistir a las asechanzas extranjeras unas pocas inversiones en situaciones especiales. No obstante, con el paso del tiempo, a esos sectores también les deberán llegar los sufrimientos.