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MAL, BASTANTE MAL

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Contra la Corriente

Manizales, enero 14 de 1993.

Cada uno tiene el derecho de celebrar fiestas por lo que quiera. Ese es un problema de gustos. Pero asegurar que se deben festejar -por buenos- los resultados económicos generales colombianos del año pasado, como sugirió el ministro Hommes, sí rebasa el tema de las apetencias carnestoléndicas. Y el debate merece hacerse no solo por las serias dudas que le inspiran la confiabilidad de las cifras oficiales a analistas tan autorizados como Eduardo Sarmiento Palacio.

Aunque resultara cierto el crecimiento anunciado del Producto Interno Bruto del 5.16 por ciento, ello no alcanzaría a velar otros aspectos de los resultados. En las estadísticas oficiales también aparece un incremento industrial del 3.98 por ciento, pero la Andi advirtió que esa cifra está “inflada” por el comportamiento -inevitablemente temporal, además- del transporte y la construcción, pues sin esos rubros el aumento apenas llega al 1.16 por ciento, dado el naufragio de varias ramas de la industria manufacturera.

A pesar de que la apertura se ha vendido con la tesis de que vamos a invadir con productos “Made in Colombia” los mercados foráneos, cada vez queda más claro que el asunto tiende a ser exactamente al revés: hasta septiembre de 1993, la diferencia entre las exportaciones y las importaciones fue de 1.773 millones de dólares en contra de las primeras. Y ello no se explica porque el grueso de esas compras apuntara a fortalecer la industria nacional. Se requiere de ilusionistas avezados para mostrar, por ejemplo, que el gran incremento en las compras de vehículos es imputable a las cuentas de “bienes de capital”, como si crearan riqueza lo mismo los Mercedes Benz que los tractores. Lo que de verdad sucedió fue que, también según la Andi, las adquisiciones de mercancías que compiten con las producidas en el país aumentaron en el 80 por ciento (!). Y tan mal han ido las ventas externas, que en su insignificante crecimiento del 2.5 por ciento juegan un papel importante los envíos de esmeraldas, las mismas que antes no aparecían en los registros oficiales porque salían en los bolsillos de los contrabandistas.

Y por el lado de la agricultura también abundan cifras malísimas. Además de que la producción cafetera descendió en el 13 por ciento, según la Sociedad de Agricultores de Colombia, todo el agro, incluido el café, caerá en 1.6 por ciento, teniendo en cuenta que los cultivos permanentes decrecerán en 2.5 por ciento y los semestrales apenas aumentarán en 0.4 por ciento. No en vano han bajado o desaparecido las rentabilidades del arroz, tabaco, maíz, sorgo, cebada, trigo, soya, algodón y palma africana.

En resumen, y a pesar de la interesada presentación de las cifras hecha por los funcionarios, la producción industrial y agropecuaria -la que define la suerte de las naciones- va en picada, aun cuando esa tragedia en algo la oculte que la plétora de importaciones y el ingreso de capitales especulativos de todos los pelambres generan una cierta prosperidad en algunos sectores.

Y lo m s grave del asunto es que las autoridades se empeñan con dogmática terquedad en mantener una orientación que expone a la frágil economía nacional a la supuestamente “mano invisible del mercado”, como han dado en llamar los zarpazos de los que nos arruinan. Por ello no sería extraño que se convirtiera en realidad la severa advertencia de alguien que tiene por qué saber la verdad de lo que ocurre, el Presidente de la Corporación Financiera de Caldas, quien hace pocos días señaló: “de seguir como vamos ya no estará en peligro el sector exportador, sino todo el sector productivo nacional que no va a ser capaz de competir con los productos importados” (La Patria, enero 2 de 1994).