Inicio Biblioteca Artículos LAS CAUSAS DEL DESASTRE ARGENTINO

LAS CAUSAS DEL DESASTRE ARGENTINO

304

Jorge Enrique Robledo Castillo

Manizales, 27 de Diciembre de 2001.

El descuadernamiento de Argentina viene de lejos, agravándose de crisis en crisis, cada una peor que la anterior. Sus problemas empezaron en la década de 1970, cuando, imitando al sanguinario dictador chileno, el gobierno de María Estela Perón abrió la economía del país. Antes de que lo nombraran ministro de Hacienda, Rudolf Hommes explicó lo ocurrido allá: “los mercados internacionales son oligopolios más competitivos y la primera víctima de la competencia internacional sería la industria nacional, como lo comprobaron Martínez de la hoz y los Niños de Chicago con grandes costos sociales para Argentina y Chile” (citado por Kalmanovitz, Salomón, 1990).

 

A partir de ese momento, en que también se decidió desproteger el agro, el Fondo Monetario Internacional impuso o prohijó cuanta política neoliberal pueda imaginarse, todas dentro de la concepción de golpear el ahorro y el trabajo nacional sustituyéndolos por los de los extranjeros, mediante el endeudamiento y las inversiones foráneas, la venta a menosprecio del patrimonio nacional y el empobrecimiento de las capas medias y el pueblo, en una orgía de corrupción y especulación financiera. Anunciando lo que vendría, en la crisis de los años ochenta, el gobierno asumió las deudas externas de los bancos privados en bancarrota, sometiéndose al chantaje de los prestamistas (Roddick, Jackeline, 1990).

 

La peor fase del proceso se inició con Carlos Menem, ese histrión convertido en Presidente que tan bien representa a los “héroes” de esta etapa de la historia latinoamericana. El sector público, uno de los mayores del continente, se ferió en tal mar de corrupción que sus telecomunicaciones se les entregaron a los monopolios extranjeros por 650 millones de dólares y, según Bussines Week, “¡que negocio!: el valor total de las dos compañías ha sobrepasado el monto de los nueve mil millones de dólares”. Para darle garantías absolutas al capital financiero foráneo, Domingo Cavallo, su ministro de Hacienda, igualó el valor del peso con el dólar, forma de dolarización copiada de las “juntas de divisas” que utilizaron los imperios europeos en sus colonias africanas (Krugman, Paul, 1999), la cual condujo a abaratar lo importado y empeorar la ruina de la industria y el agro. Es casi increíble que esa medida –propia de un cipayo, como es obvio–, la presentaran los neoliberales como una genialidad.

 

Al mismo tiempo, la deuda externa se llevó a 132 mil millones de dólares, en tanto las inversiones extranjeras alcanzaron 60 mil millones de dólares en los cuatro últimos años de la década de 1990. Es tanta la quiebra argentina, y ha llegado a tanto su aprovechamiento por parte de los especuladores, que sus últimos créditos los han ofrecido con tasas de interés –¡en dólares!– del 45 por ciento sobre las de los bonos del Tesoro de Estados Unidos. Y es tan grande la desnacionalización de la propiedad, que Benneton posee 300 mil hectáreas de tierras rurales en ese país. Si tuviera razón el FMI, Argentina debería ser el paraíso terrenal, según son sus niveles de deuda e inversión extranjera.

 

Su reciente estallido social, con la cuota de muertos y heridos que produjo la represión del gobierno, es el resultado inevitable de los efectos de la aplicación de las recetas del Fondo Monetario Internacional, las cuales han incluido –tenían que incluir– una runfla de medidas contra el pueblo: reducciones de los salarios y la pensiones, aumentos del IVA, despidos masivos en los sectores privado y oficial, disminución del gasto público, imposición del impuesto del seis por mil, pagos a los empleados no con pesos sino con unos papeles llamados “patacones” y congelamiento de los dineros de las cuentas bancarias. Y lo peor del caso es que ya se escucha a los sabelotodo del neoliberalismo pontificando que Argentina puede hacer cualquier cosa, hasta matar de hambre a cada uno de sus habitantes, menos modificar las políticas que la tienen postrada. ¡Que los colombianos, que vamos por el mismo camino, nos preparemos para lo peor!

 

Coletilla: no pudo haber escogido la coalición que manda en Caldas a un mejor gobernador para representarla. Prueba de ello, su decisión de no pagarles lo que les debe a los maestros y despedir a la mitad de los empleados del departamento.