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PRÓLOGO AL LIBRO EL IMPERIO DE CARTÓN, IMPACTO DE UNA MULTINACIONAL PAPELERA EN COLOMBIA DE BRODERICK

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PRÓLOGO AL LIBRO

EL IMPERIO DE CARTÓN, IMPACTO DE UNA MULTINACIONAL PAPELERA EN COLOMBIA

de Walter Joe Broderick

 

Jorge Enrique Robledo

 

Walter Joe Broderick es conocido por su biografía Camilo Torres Restrepo (Planeta, 1996), texto que lo puso en la historia de Colombia. Pero como él mismo lo dice, Broderick –el australiano-irlandés radicado en el país desde 1969– no le ha aportado solo eso a nuestra nación, pues no en vano terminó por ser más colombiano que tantos colombianos, según goza o sufre, con la óptica de los demócratas de verdad, por las cosas que puede gozarse o sufrirse este país.

 

El libro que nos ocupa, como los otros de Broderick, contiene el valor estético de las cosas bien contadas, más la ventaja de que su autor entiende el funcionamiento de la sociedad y lo menciona, aunque sabe que paga su precio por hacerlo. Y es además la obra de quien trabaja sobre los hechos y los aborda con tanto respeto que se resiste a falsearlos, aun en el caso de que no sean como se supone “deben ser”, de acuerdo con sus concepciones.

 

No será este comentario a la nueva edición del libro El imperio de cartón, impacto de una multinacional papelera en Colombia un resumen de lo que se encontrará en el texto. El deleite completo se lo dará todo aquel que empiece su lectura, porque seguramente no podrá abandonarla hasta cuando la concluya. Y su reimpresión vale la pena por sus propias calidades y porque es de los pocos estudios de caso realizados sobre las andanzas de una trasnacional en Colombia.

 

Lo que resta es comentar un aspecto de la investigación de Broderick que cobra cada vez más importancia en la vida de los países, en la medida en que se profundiza la globalización neoliberal, modelo económico y social que, sea que sus ideólogos lo digan o lo callen, se monta sobre la afirmación sospechosa en extremo de que a los países atrasados los van a salvar de sus miserias las incursiones de las mismas trasnacionales cuya naturaleza imperialista solo puede negarse por ignorancia o desfachatez.

 

Broderick cuenta que Smurfitt Cartón Colombia, perteneciente a la multinacional Jefferson Smurfit Group plc, se ha aprovechado de una legislación tributaria redactada de acuerdo con sus intereses, depredó hasta el arrasamiento las selvas naturales del Bajo Calima, fracturó la estructura social y convirtió en miseria la pobreza de los chocoanos, entró en contradicción con los indígenas paeces en el departamento del Cauca y diseñó formas de contratación calculadas para desvalorizar el precio de la mano de obra de sus trabajadores.

 

Y Broderick, además, con la precisión de quien sabe dónde pone el escalpelo, menciona dos hechos que merecen resaltarse:

 

“ya para 1991, el 37,5 por ciento de las ganancias de Smurfit a nivel mundial provenían de México, Venezuela y Colombia; en 1993, los mismos tres países habían llegado a producir más del 70 por ciento de esas ganancias. Otras sucursales de la Smurfit vendían volúmenes más grandes de cartón; pero en América Latina el margen de ganancia era mayor”.

 

(…)

 

“Los dividendos que nos llegan de países de ultramar exceden en mucho las ganancias que hacemos en Irlanda (…) Una sana base en ultramar sostuvo la economía de la Gran Bretaña por varios siglos. De la misma manera se desarrollaron España, Portugal y Francia”. Doctor Michael Smurfit.

 

Se revela, así, uno de los secretos mejor guardados de las relaciones internacionales y se responde a la pregunta: ¿qué hace que alguien que vive en Nueva York, Londres o Berlín tome su capital y lo invierta en Bogotá, Nairobi o Yakarta? Simplemente, que en esa operación gana más, y con frecuencia mucho más, de lo que ganaría en el sitio de su residencia o, en el caso de las trasnacionales, donde tienen sus casas matrices. Y lo corriente y lo peor es que ganan más porque usan su poder, a través de unos gobernantes convertidos en cipayos, no solo para lograr mayores utilidades, sino para imponer políticas, como las del llamado “libre comercio”, que les arrebatan a los países que esquilman hasta la posibilidad de desarrollar con amplitud y profundidad sus aparatos productivos, sometiéndolos al atraso, el desempleo y la pobreza.

 

De ahí que no sea una exageración que Michel Smurfit, comentando con cinismo el origen de las utilidades de su empresa, haya recordado que fueron las ganancias en sus colonias de “ultramar” las que sostuvieron las economías de los viejos imperios europeos. Y de ahí que crezca el número de quienes en Colombia y en el mundo reclamamos el derecho y el deber de las naciones de oponernos a los procesos de recolonización que se ocultan tras de tantos eufemismos, lucha que pugna por un mundo en el que los países se relacionen entre sí, como es obvio, pero en el que esos intercambios se fundamenten en el respeto a las soberanías nacionales y beneficien a todas las partes.

 

Sin duda, la investigación de Walter Joe Broderick sobre las andanzas de Jefferson Smurfit Group plc en Colombia deja muchas enseñanzas. Las deja por ejemplo negativo: de cómo no deben ser las relaciones entre el país y el capital extranjero.