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EL SORPRENDENTE FENÓMENO DEL BAHAREQUE

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“LA ARQUITECTURA CAMPESINA DEL BAHAREQUE EN CALDAS”

El caso de Pueblo Rico

Presentación del libro

Jorge Enrique Robledo Castillo

Gilberto Flórez Restrepo

Mayo de 2016.

Este libro hace parte de un conjunto de investigaciones realizadas por sus autores y por otros profesores de arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Manizales, sobre las edificaciones de bahareque –muros de maderas, tierras y guaduas– en el Antiguo Caldas, fenómeno tecnológico, formal y cultural que fue la respuesta a los fuertes temblores de Manizales de 1884 y 1885, que les causaron daños tan graves a los muros de tapias y ladrillos de la población, que pusieron en duda su existencia.

 

Este bahareque sismoresistente fue la única tecnología constructiva en la región desde finales del siglo XIX hasta la mitad de la década de 1920 y mantuvo una fuerte presencia hasta por lo menos 1950, cuando los muros “de material” –de ladrillos y morteros de arena y cemento, reforzados con hierro o no– la sustituyeron en general. Y de bahareque fueron, en los mismos años en los que en Bogotá y Medellín nadie con mínimos bienes de fortuna lo usaba y en los que los rascacielos norteamericanos asombraban al mundo, las casas de los pobres y las de los ricos, los edificios institucionales –alcaldías, colegios, cárceles y hospitales– y hasta las iglesias, cuando en ellas se aplicaban los mayores desarrollos tecnológicos del momento.

 

Con posterioridad a esta investigación sobre la arquitectura campesina del bahareque de Pueblo Rico, Neira (1989), se publicaron dos libros con los estudios de Jorge Enrique Robledo de más de una década: Un siglo de bahareque en el Antiguo Caldas (1993) y La ciudad en la colonización antioqueña: Manizales (1996), los cuales analizan este fenómeno en sus múltiples interrelaciones tecnológicas, económicas y culturales entre 1849 y 1930. Otros profesores han publicado nuevas investigaciones y Gilberto Flórez ha diseñado y construido numerosas edificaciones que retoman, redefiniéndolas de acuerdo con los nuevos tiempos, las estructuras de guadua y maderas.

 

A estas alturas, no nos caben dudas acerca de que sí valió la pena dedicarle tantas horas de estudio a este fenómeno, del que pueden destacarse los siguientes aspectos que lo hacen tan particular y de tan altas calidades de distinto orden, que permiten calificarlo como un valor de importancia universal.

 

  1. El bahareque manizaleño, porque es en Manizales donde nace el fenómeno y desde donde se irradia a toda la región, fue la primera tecnología sismoresistente usada en Colombia, aplicación que se hizo con toda consciencia y a partir de una fecha precisa, hasta el punto de que ya por esos días la llamaron “estilo temblorero”, dada su capacidad para resistir muy bien los sismos, que son particularmente intensos y frecuentes en esa región. Esta manera de construir, que además de su sismoresistencia posee entre sus ventajas la rapidez y los bajos costos, en una zona en la que una casa puede tener un piso sobre la vía y cinco en la parte de atrás, en mucho colaboró, respaldada por el éxito de la economía cafetera, con el veloz desarrollo de la zona.

 

Con posterioridad a este estudio que hoy se publica conocimos en la academia manizaleña los trabajos de Ferruccio Ferrigni y sus colegas del Centro Universitario Europeo per I Beni Cultutrali, en Ravello, Italia, que los llevaron a concluir la existencia de Culturas Sísmicas Locales, entendidas estas como las prácticas constructivas desarrolladas por comunidades premodernas en algunas zonas sísmicas del globo en las que se presentan ciertas características. Entre estas se desataca que en ellas, primero, los terremotos ocurren con una frecuencia e intensidad que exigen sustituir las tecnologías tradicionales y, segundo, que estos no sean tan destructores que hagan imposible mantenerse en esas zonas.

 

Se reconoce la existencia de Culturas Sísmicas Locales en Italia, Grecia, Japón y China y, sin duda, en ellas cabe, en sitio de honor, la que nos ocupa en este texto. Porque podría ser esta la Cultura Sísmica Local más extendida y profunda entre todas las del mundo, dado que cubrió el ciento por ciento de lo que se edificó en lo que hoy son los departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío, más partes considerables del Valle y del Tolima, que no se fijó solo en partes de los muros y las estructuras de las construcciones, sino que las cubrió por completo, en razón de que las paredes y las columnas fueron de naturaleza sismoresistente, calidad demostrada por la práctica y por los análisis estructurales contemporáneos.

 

  1. La otra importante particularidad de esta arquitectura –de la que la de Pueblo Rico hace parte– tiene que ver con la sorprendente e inigualable evolución del bahareque, que empezó dentro del preciso marco de su definición –muros de maderas, cañas (guaduas) y tierras– hasta alcanzar unas transformaciones que obligaron a redefinir el término y clasificarlo como bahareque de tierra –el del diccionario–, bahareque de tabla, bahareque metálico y bahareque encementado, dependiendo de qué material cubre la estructura y queda a la vista del observador. Fue así como la élite de la región pudo levantar edificaciones que a la vista se parecieran a las de Bogotá y Medellín y a las de Europa y Estados Unidos, sin aleros y con los muros de las fachadas ornamentados con altos y bajos relieves –la llamada arquitectura republicana–, pero manteniendo las estructuras sismoresistentes de maderas y guaduas en una región en la que, por su aislamiento y atraso productivo, las muy costosas estructuras de hierro y concreto solo empezarían a verse con el paso de la arriería al cable aéreo, al ferrocarril y a los automotores, en la década de 1920.

 

  1. Estas edificaciones de bahareque también se particularizan por la alta calidad de las formas logradas, juzgándolas dentro de los criterios de la llamada “arquitectura sin arquitectos”, es decir, de aquella que no tiene carácter monumental ni obedece a los cánones de la arquitectura de escuela –aunque con bahareques también se erigieron edificaciones de esas características–, como la que en Colombia llamamos arquitectura colonial de acompañamiento o con la tan reconocida de las islas griegas. Estos valores formales se alcanzaron en la generalidad de las poblaciones –un excelente ejemplo de ello es Salamina, Caldas–, que tuvieron la suerte de erigirse durante períodos muy cortos, lo que les facilitó conjuntos urbanos de gran coherencia formal pero al mismo tiempo con la riqueza de su diversidad, al igual que ocurrió en las zonas rurales, bien fuera con las modestas casas campesinas o las mayores de las haciendas. Aunque mucho de esto haya desaparecido, en especial en las zonas urbanas, ciertas áreas y los planos y las fotografías permiten aseverar que estamos ante una “arquitectura sin arquitectos” tan buena como las mejores del mundo.

 

  1. Al gran particularismo de este fenómeno tecnológico y formal, al igual que cultural, porque en este último sentido sí que es rico como hecho histórico, debe sumársele otra especificidad, que consiste en su evidente diferenciación con la herencia arquitectónica de la que con orgullo proviene. En efecto, sus especificidades exigen señalar que no estamos ante la arquitectura de la colonización antioqueña, sino ante una que si bien toma muchos elementos de aquella, ya tiene el notabilísimo salto de diferenciación de no ser de tapia de tierra pisada o de adobes y ladrillos, como las construcciones que levantaron los más pudientes en Antioquia, sino de bahareque, un fenómeno que, como ya se dijo, por su impresionante evolución no tiene par en el mundo. Si llamarla arquitectura de la colonización antioqueña corresponde a una manera práctica de señalar el área donde se produjo, al igual que sus ancestros, no hay inconveniente, y más porque dicha colonización tiene un positivo reconocimiento histórico. Sin embargo, en rigor, hay que reconocer que estamos ante un aporte específicamente caldense –del antiguo Caldas–, a la cultura nacional y universal, en razón de unas características tecnológicas y formales únicas y de alta calidad.

 

En el proceso de ganar su adecuada valoración, en la década de 1990 del siglo XX se iniciaron gestiones tendientes a que la Unesco reconociera a esta arquitectura de bahareque como patrimonio de la humanidad, esfuerzos que a la postre condujeron a que esa institución incluyera en la lista de Patrimonio Mundial al Paisaje Cultural Cafetero (2011) de 47 municipios y 411 veredas de la región, en los que la arquitectura juega un papel insustituible como fundamento de diferenciación e importancia.

 

Muy digno de destacar de esta publicación son las entrevistas que pudimos hacerles a los hermanos Ramírez Salgado, Bernardo, Gregorio y Pedro José, hijos de Gregorio Ramírez Ospina, quienes, junto con su padre construyeron buena parte de las casas de Pueblo Rico. Fueron ellos, pues ya fallecieron, la prueba viva de que la arquitectura sin arquitectos no debe entenderse como que no la erijan especialistas –maestros o como se llamen–, capaces de concebirla y construirla dentro de determinadas características tecnológicas y formales, aun cuando sus nombres no sobrevivan al paso de los años. Que sea este un homenaje a tantos héroes anónimos, en estos y otros oficios, que aunque generalmente desconocidos no nos dejan olvidar que sin ellos nada del proceso civilizatorio resulta posible.

 

Servirán también las entrevistas a estos constructores, que tienen el enorme valor de lo irrepetible, como base insustituible de nuevas lecturas e interpretaciones. Ojalá vengan otros estudiosos que se encanten tanto como nosotros con estas realidades, que son parte de una historia que aun cuando no aparezca como “heroica” no deja de poseer su importancia si se quiere conocer el barro del que se han ido configurando las personalidades regional y nacional, conocimiento del que mucho depende el acierto de quienes hoy por hoy decidan reutilizar el bahareque.

 

INTRODUCCIÓN

Esta investigación tiene origen en un trabajo académico, de talleres de diseño, realizado por sus autores con los estudiantes en diferentes semestres de la carrera de Arquitectura, en la Universidad Nacional de Colombia, Seccional de Manizales.

 

Durante los años de 1986, 1987, 1988 y 1989, con los alumnos de diseño IV, se estudiaron varios de los caseríos más representativos del centro del Departamento de Caldas. Entre otras agrupaciones de viviendas, ya no veredas con casas dispersas, pero tampoco los típicos pueblos, se analizaron La Garrucha, Pueblo Rico y Tapias, en Neira; La Cabaña, Gallinazo, Papayal, Alto y Bajo Tablazo, La Aurora, La Linda, la Cuchilla del Salado y el Kilómetro 41, en Manizales; La Plata, en Palestina; Llanitos, en Villamaría, y la Quiebra de Naranjal, en Chinchiná. De esa experiencia se concluyó la necesidad de hacer una investigación más intensa de un caso específico, estimulados por la ausencia de este tipo de trabajos de relativo detalle, por el hecho indudable de que la llamada “Arquitectura de la Colonización Antioqueña” está desapareciendo en estas tierras a pasos agigantados y por lo que puede aprenderse de ella.

 

La escogencia de Pueblo Rico no permitió dudas. Entre todos los casos conocidos en los talleres, éste evidencia mejor que ninguno, por la cantidad de edificaciones y por su grado de conservación, las características arquitectónicas de las formas constructivas rurales y semirrurales de esta zona del país, hasta que se inicia la influencia del Movimiento Moderno.

 

Estimula además esta investigación el interés que existe entre los arquitectos y las capas cultas, en general, por la arquitectura del pasado y por el papel que ésta puede jugar en la actual formulación de propuestas arquitectónicas. En tal sentido, esta investigación intenta llegar al porqué de las cosas, busca que se comprenda esta arquitectura inmersa en su contexto, como el fruto de un proceso específico que la marca definitivamente. Para que “lo viejo sirva de a lo nuevo”, de acuerdo con la máxima del sabio oriental que justifica los estudios históricos, deben observarse los hechos arquitectónicos en todas sus facetas, so pena de caer en la valoración moralista, que lo único que puede concluir es un rechazo sistemático o una añoranza costumbrista, errores tan comunes, sobre todo el segundo, en los estudios sobre las arquitecturas regionales. Pero del punto de vista anterior no puede concluirse que los autores de estas líneas no aprecian la arquitectura tradicional del Antiguo Caldas. Sin ese aprecio no hubiera sido posible emprender la tarea a veces ardua que resumen estas páginas. Simplemente, se busca evitar la “Leyenda Rosa” que suele acompañar todo lo que toque con la “Colonización Antioqueña”.

 

También vale la pena advertir desde ahora la buena suerte que acompañó al estudio. Se encontró vivos a casi todos los constructores que edificaron a Pueblo Rico. Se pudo entrevistar a los hermanos Bernardo, Gregorio y Pedro José Ramírez Salgado, quienes construyeron con sus manos un porcentaje altísimo de lo que actualmente existe. Estos, además, hablaron de su padre, Gregorio Ramírez Ospina, seguramente el primer constructor del caserío, y de Juan Valencia y Cruz Duque, los otros dos especialistas con los que compartieron la construcción de casas en esos días. Y también pudo charlarse con el historiador neirano Don Antonio Morales, quien –qué coincidencia– trabajó como maestro de escuela en Pueblo Rico cuando apenas se empezaba a conformar el caserío (1).

 

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(1). Esta investigación las realizaron los profesores Jorge Enrique Robledo Castillo y Gilberto Flórez Restrepo con el auspicio del Comité de Investigaciones y Desarrollo Científico, CINDEC, de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Manizales, con el nombre de Análisis de las características constructivas, funcionales y formales de la arquitectura y el diseño urbano de Pueblo Rico, Neira, Caldas, en diciembre de 1989.