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¿A QUIÉN LE SIRVEN?

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Bogotá, 30 de junio de 2003.

Como era de esperarse, desde los días anteriores al foro “El espejismo del libre comercio”, realizado en Bogotá contra el Alca y los TLC –que concluyó con enorme éxito por la amplitud de los sectores representados, los mil quinientos asistentes y lo irrebatible de las ponencias–, salieron los mismos a hacer lo de siempre, esta vez con el pretexto de un “estudio” que “demuestra” las “conveniencias” de arrasar con la producción agropecuaria colombiana, el cual fue pagado –¡qué casualidad!– por el Banco Mundial. En efecto, Rudolf Hommes Rodríguez y Armando Montenegro Trujillo encabezaron a su panda en la insistencia de que Colombia debe importar todos los productos agropecuarios que se consigan más baratos en el exterior, producción que se reemplazaría –dicen con la irresponsabilidad de quienes no tienen que demostrar lo que afirman– con bienes del agro que por razones del clima no pueden producirse en Estados Unidos. Y en una clásica maniobra de corto vuelo, ¡ellos!, reiteraron lo que consideran el as de su alegato: que su propuesta la hacen en representación de los pobres y contra los “ricos” agricultores y productores pecuarios del país.

 

Como lo sabe quien quiera saberlo, y además lo reconozca con honradez, acabar con la producción de arroz y los demás cereales, de pollo y de huevo, de azúcar y de palma africana, de leche, de cerdo y de papa, etc. no solo quebraría a unos cuantos “ricos”, sino también a millones de pequeños y medianos empresarios, campesinos e indígenas, al igual que lanzaría a la indigencia a las decenas de millares de obreros agrícolas que laboran en la producción empresarial, y golpearía a toda la nación. Y por supuesto que esto no sucedería en beneficio de los pobres del país sino de los opulentos productores de Estados Unidos y de las transnacionales del comercio y la industria procesadora de alimentos. Porque como se demostró en México hasta la saciedad, los precios bajos de lo importado quiebran a los productores pero no les llegan a los consumidores, en razón de que con la diferencia se quedan los intermediarios. ¿Será que estos sabihondos no conocen las diferencias de precios que hay entre lo que reciben cafeteros y lecheros, por ejemplo, en relación con lo que pagan los consumidores de esos productos, ni la servidumbre a la que tienen sometidos los hipermercados a quienes en el país les venden frutas y hortalizas?

 

También intentan manipular a la gente cuando calculan la suma que los colombianos se “ahorrarían” si los aranceles a las importaciones de los productos agropecuarios se ponen en cero por ciento. Con cuidado ocultan –porque es obvio y porque lo que ocurre hoy en Chile con el acuerdo bilateral con Estados Unidos los desenmascara– que los menores recaudos por impuestos a las importaciones los reemplazarían con más IVA, que no castigaría a las transnacionales sino a los consumidores que los hommes dicen defender.

 

Su propuesta de reemplazar lo mucho que se perdería por exportaciones de productos como uchuvas, pitayas, palmitos y cueros de babilla carece de seriedad. Porque ellos tienen que saber de lo pequeños que son esos mercados y que esa pequeñez hay que compartirla con los productores del resto de países tropicales a los que también les están prohibiendo producir la dieta básica de sus pueblos. Por ejemplo, la FAO calcula que, de seguir la globalización neoliberal, en los próximos treinta años desaparecerán 675 millones de ganaderos en el mundo, que también tendrían que hacer el ejercicio a todas luces imposible para casi todos ellos, incluso si hubiere compradores, de pasarse a cultivar mamoncillos, icacos y anones.

 

Pero lo peor de su propuesta –que es la del FMI y el gobierno norteamericano– es que sometería a Colombia a lo que quisieran imponerle los países y las transnacionales a las que hubiera que comprarles la dieta básica de la nación, pues a estos se les entregaría la prerrogativa de poder cercar al país por hambre.

 

Que no hay por qué creerles a los Hommes, Montenegro y Cía. ya lo saben los colombianos, pues estos también pintaron pajaritos de oro cuando fueron funcionarios del gobierno de Gaviria e iniciaron el peor desastre económico y social de la historia del agro y del país. ¿Y cómo explicarse que estos mismos personajes sigan pontificando como si hubieran conducido a Colombia hacia el progreso? Su vigencia en los medios y en la dirección del Estado la mantienen porque sus propuestas coinciden con los grandes intereses extranjeros que deciden sobre la globalización neoliberal. ¿O no?