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A PROPOSITO DE UN HERMOSO LIBRO (*)

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LA PATRIA DICIEMBRE 8 DE 1994 P.4A

Carece de sentido repetir ahora lo escrito sobre arquitectura

en el libro «Manizales, fin de siglo». Con recordar que ella es única por su paisaje urbano, por las cualidades de sus zonas tradicionales, por su Centro Histórico republicano y por el mucho bahareque que contiene, basta.

 

Resulta más productivo hablar sobre el futuro de la ciudad, tema éste que suele abordarse sin pensar en sus particulares características y soñando con convertirla en una urbe anodina como otras tantas, mientras permiten que se destruyan hermosas casonas y que se edifique sin ninguna consideración con el paisaje.

 

A diferencia de lo que ocurre con otros bellos lugares de Colombia y el mundo, en los casos de Manizales y de Caldas todavía no se sabe si libros notables como éste estimularán políticas que perpetúen parte de lo existente, o si, por el contrario, apenas quedarán como testigos de lo perdido, cumpliendo un papel similar al de esas mascarillas de yeso que se le toman a los rostros de cadáveres ilustres, cuya imagen se desea recordar.

En buena medida, Manizales está sobrediagnosticada. No existen dudas sobre los grandes valores arquitectónicos y paisajísticos de la ciudad. Lo que falta es decidir -o mejor, que quienes la dirigen y gobiernan decidan- si esas calidades harán parte del futuro de la ciudad. Y digo que los dirigentes y las autoridades, porque no se puede seguir con el cuento de que estamos ante una responsabilidad de todos. No. Los especialistas ya cumplimos con nuestra parte y la opinión pública que no se lucra con el vandalismo desea la protección. Los que no han actuado -o lo han hecho en contravía- son los que tienen el poder para lograr que cese la destrucción.

 

  • Mientras los dirigentes y los gobernantes limiten su respaldo a este patrimonio a pronunciar discursos retóricas, a lanzar campañas educativas, a financiar la realización de estudios y a comprar algunos libros, poco o nada sobrevivirá con el tiempo. Con tan enclenques ayudas es probable que se salve la imagen de esos benefactores, pero Manizales y Caldas resultarán sacrificados por la estulticia, la mezquindad y la ramplonería que modelan las ciudades cuando éstas no se protegen con precisas reglamentaciones oficiales.
  • Una de las cosas que impresiona a quienes fijan su residencia en esta ciudad, es todo lo que aquí se habla del «amor a Manizales». Que no resulte que nuestros nietos concluyan que más se amaban las peores formas de lucrarse del desarrollo urbano.
  • Los que poseen el poder económico, político y social para imprimirle el rumbo a la ciudad, continúan teniendo la palabra.

(*) Texto leído en la presentación del libro «Manizales, fin de siglo».