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Santismo y uribismo, ¿tan distintos como parece?

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Foto El Espectador

Intervención del senador Jorge Enrique Robledo, plenaria del Senado, 18 de octubre de 2016

Con la venia del Senado voy a hacer una intervención que se refiere al debate de hace ocho días, que no concluyó. Porque hubo unos que quedamos el martes pasado –cuando se estuvo hablando del proceso de paz– para hablar el miércoles, pero el miércoles no hubo sesión. Entonces le pedí al señor presidente que me permitiera hoy la posibilidad de fijar mi posición, que no pude fijar hace ocho días, sobre un tema que nos interesa a todos.

Lo primero es decir que yo hubiera preferido, como es obvio, que ganara el sí. Porque nosotros le hicimos campaña al sí. Pero el hecho cierto es que ganó el no, y esa es una realidad política nueva, que ahí está, con la que hay que contar. Cuando sale ese resultado el Presidente de la República y el senador Álvaro Uribe, y en general yo diría que todos los colombianos, asumimos una posición que puede llamarse de corrección política, señalando que lo mejor era que pudiera llegarse a un acuerdo nacional que permitiera sacar adelante el proceso de desarme de las Farc y del fin de una violencia que nada bueno le ha dejado a Colombia.

Inclusive les escribí una carta al Presidente de la República y al senador Uribe donde les planteé esto. Y les señalé cómo era obvio que la opinión de ellos era decisiva en estos asuntos, por la realidad de la correlación de fuerzas. Y los invité a que trabajaran en ese sentido, que ojalá no fueran inferiores a las circunstancias que les había impuesto la vida, y señalé, en lo que a mí respecta, dos condiciones que no podría tener ningún tipo de acuerdo con las Farc ni con nadie. Uno, que se incluyeran allí cosas nuevas que les negaran derechos o intereses a los colombianos, lo señalé con el temor de cualquier idea de corte neoliberal que pudiera incluirse. Y además advertí que tampoco podría ser un acuerdo que afectara negativamente a fuerzas políticas como el Polo Democrático Alternativo y en general a los movimientos políticos y sociales alternativos. Esa fue la posición que expuse.

Después publiqué un artículo en el diario La Patria, donde escribo hace muchos años, hablando del tema. Y en ese artículo señalé que en el exterior nos estaban viendo a los colombianos –y yo estaba en el exterior cuando lo escribí– casi que como a una especie de gran manicomio. Porque no se podía entender cómo era posible que en Colombia todos dijéramos que estábamos de acuerdo con desarmar a las Farc, que terminara esa violencia, y sin embargo no hubiera un acuerdo sobre cómo acabar con esa violencia.

Y recordé cómo unos estábamos con el sí al proceso de paz, unos con Santos y otros contra Santos, como era el caso del Polo. Pero que quienes estuvieron con el no también insistieron que ellos lo que pedían era un acuerdo diferente, o sea, que también estaban a favor de desarmar a las Farc. Entonces de que en el exterior esto se vea como una especie de manicomio en donde todo el mundo está de acuerdo con acabar con una guerra, incluidas las Farc, y aquí no somos capaces de ponernos de acuerdo en torno a cómo lograr ese desarme.

Pero esto además, y como si fuera poco, en medio de una agresividad que yo no veía desde los tiempos de la violencia liberal-conservadora. Las familias desbaratándose en relación con uno u otro punto de vista, amistades de toda la vida terminándose en torno a este mismo asunto. Cuando uno supondría que habría podido ser un debate tranquilo, porque era un debate con el fin último de desarmar a las Farc. Y resulta que se nos volvió lo que todos sabemos que se nos volvió. Y el país quedó partido en dos en relación con este tema. Y repito, en medio de una inmensa agresividad.

Por qué terminamos así. Muchas cosas podrán decirse y hay teorías al respecto. Pero hay una cosa que es fácil de establecer: terminamos así porque quienes han mandado en Colombia históricamente no fueron capaces de ponerse de acuerdo al respecto. El hecho grueso es que si uno mira el caso del presidente Juan Manuel Santos y sus generales o sus coroneles o mariscales, o como los quieran llamar, y el caso del ex presidente Uribe y sus generales o coroneles o mariscales, todos ellos son los que han mandado en Colombia hace medio siglo, o no, medio siglo no, siglo y medio, los mismos, exactamente los mismos. Y eso es lo que nos llevó a la situación en la que estamos, en que no solo no hubo acuerdo, sino que el desacuerdo se volvió de esa pugnacidad, de esa agresividad, de esa desproporción, digo yo, porque no hubo improperio que no se lanzara ni ofensa que no se hiciera. Es la realidad en la que estamos.

En octubre del año pasado, aquí en la Plenaria, hice una intervención de 20 minutos, ahí está en el internet, señalándoles a los colombianos y al Senado cómo todas las grandes decisiones políticas de Colombia de los últimos años, el fin de la violencia liberal-conservadora, la Constitución de 1991, los acuerdos, incluso, con el paramilitarismo, el desarme del M.-19, habían sido producto de acuerdos políticos más o menos expresos, pero al final de acuerdos políticos.

Entonces hoy estamos ante una cosa que no vacilo en señalar como inaudita, inclusive absurda, de este fracaso del que estoy hablando, porque en este momento seguimos en el fracaso. No aparecen los acuerdos por ningún lado, y mucho me temo que no vayan a aparecer. Tengo serios temores de que ese acuerdo obvio no logre concertarse.

Y cuando miro cómo están las cosas, qué es lo que veo, que santistas y uribistas, exceptuando este tema, han sido íntimos toda la vida, de una u otra manera. Tienen el mismo origen en el partido liberal y en el partido conservador, y sus ancestros estuvieron juntos en la vida política. Han estado en los mismos gobiernos.

Voy a hacer un recorderis. Juan Manuel Santos fue ministro de Cesar Gaviria y el senador estrella de ese gobierno fue el doctor Álvaro Uribe, que tramitó leyes como la Ley 100, para mencionar una sola. El presidente Santos fue ministro de Andrés Pastrana, luego tuvieron relaciones estrechísimas. Santos a su vez fue ministro de Uribe y nunca hubiera sido Presidente sin el respaldo de ese gobierno y sin el respaldo de todos quienes lo rodearon.

A Ordoñez lo eligió la primera vez el uribismo y la segunda el santismo. Esto es historia patria. Yo simplemente estoy relatando hechos que han sucedido. Humberto de la Calle, fue ministro del Interior de Andrés Pastrana y fue embajador en la OEA en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. María Ángela Holguín fue embajadora de la ONU del gobierno de Álvaro Uribe y hoy es la ministra de Relaciones Exteriores de Juan Manuel Santos. El doctor Eduardo Montealegre, ex fiscal, fue muy cercano al gobierno de Álvaro Uribe y después fue cercanísimo al gobierno de Juan Manuel Santos. Cosas parecidas puede decirse de Germán Vargas Lleras, que respaldó con sus votos la elección a presidente Álvaro Uribe Vélez.

Los dos, Santos y Uribe, compartieron en algún momento de su vida a J. J: Rendón. Los dos hoy respaldan, es lo que hemos visto, al nuevo fiscal, Néstor Humberto Martínez. Comparten su respaldo, el Centro Democrático y la Unidad Nacional, a la administración del doctor Peñalosa, alcalde de Bogotá. Y así podríamos estar todo el día. Resumamos el cuento con un chiste que corre en el Congreso de Colombia, y es que en muy buena medida hoy un Santista es un ex uribista. No en todos los casos, pero sí en muchos.

Llevan 25 años acordándose en todas las cosas negativas de estos años. Han compartido la apertura, las privatizaciones, el Consenso de Washington, las fórmulas del Fondo Monetario Internacional, la OCDE, los TLC, la privatización del sector público. Tienen inmensa responsabilidad en la ruina del agro y de la industria nacional, de la desigualdad social, de la precarización del empleo. A la limón, despilfarraron la bonanza minera. Tenemos un sistema tributario inicuo y a las las EPS las respaldan también conjuntamente, a los fondos de pensiones…

Esa es la historia de Colombia de los últimos 25 años. Y en este gobierno, aquí en el Congreso, han compartido cosas muy negativas, como la Alianza del Pacífico, el TLC con Corea, la ley Urrutia-Zidres, una reforma a la salud, otra reforma a la educación y las leyes que permiten poner tropas colombianas como tropas cipayas de Estados Unidos y los europeos en sus conflictos internacionales.

Y entonces miro esto, como lo estamos mirando muchísimos colombianos, entre esos William Ospina en el periódico El Espectador del domingo pasado, y me hago una pregunta: cómo así que se pudieron poner de acuerdo en absolutamente en todo en 25 años, en todo, a mi juicio, contrario a las necesidades del país, ellos podrán decir otra cosa, pero a mi juicio se unieron durante 25 años contra Colombia. Y cuando aparece la posibilidad de unirse en un tema que es obvio que nos interesa a todos, que básicamente todos estamos de acuerdo, porque es terminar con esa lucha armada, desarmar a las Farc, avanzar en ese sentido, lo que resulta es que en esto sí no pueden ponerse de acuerdo de ninguna manera.

Y lo más grave de lo que está pasando, colombianos: nos están llevando al regreso del bipartidismo liberal-conservador, ese bipartidismo hirsuto que tanto daño le hizo a Colombia, que nos llevó a una violencia de 250 mil muertos. Está resurgiendo por la vía de esta contradicción. Porque lo cierto es que al país lo están partiendo casi a la brava y nos están obligando a escoger entre que uno tiene que ser partidario de las ideas del Centro Democrático o partidario de las ideas de la Unidad Nacional. Cuando resulta que aquí hay otros pensamientos.

Entonces, sea cual fuere la razón de este horror en el que estamos, la verdad es que les está resultando muy conveniente a esas dos fuerzas. Y así nos van a llevar a las elecciones de 2018, que es mucho lo que me temo que nos va a pasar. Entonces vamos a tener otra vez un presidente electo en torno a estos temas de la paz, sacándole el quite a todos los demás asuntos del país. De forma que al final quien gane, ganen los mismos, ganen las trasnacionales, don Luis Carlos Sarmiento Angulo, los banqueros, las mineras, las petroleras, etc. Ese es el escenario, colombianos, al que nos están llevando para las elecciones del 2018. Lograrían lo que llamo el crimen perfecto en política. Y es que sin importar quién gane, siempre ganan los mismos. Algún ex presidente de Colombia decía, antes de que apareciera el Polo Democrático Alternativo, que las elecciones en Colombia, las de presidente, eran como carreras de caballos en las que corrían varios caballos, pero todos eran del mismo dueño.

Voy a terminar llamando a todos los colombianos, sin excepción ninguna, incluidos el Centro Democrático y la Unidad Nacional y sus coroneles, a los pobres, a las clases medias, al empresariado, a las gentes de las zonas rurales y de las urbanas, a los de unos partidos y a los de otros, a los que votaron por el sí y a los que votaron por no, a todos, para que les exijamos, a todos, nos exijamos todos entre todos, y particularmente a las fuerzas de la Unidad Nacional y del Centro Democrático, que encuentren la manera de ponerse de acuerdo para dar una solución a ese conflicto que tanto daño le ha hecho a Colombia. Eso es lo que el país necesita, eso es lo que el país reclama.

De qué manera, esas son las cosas que tienen que verse. Lo único que exijo es que nada de ese acuerdo le haga daño al Polo Democrático Alternativo y a las demás fuerzas alternativas de Colombia. No hay entonces dos posiciones en este debate. Hay por lo menos tres, debe haber más, pero me atrevo a plantear esta tercera posición, que tiene que ver con que nos están llevando a una situación absolutamente indeseable que consiste en regresar a los tiempos de la confrontación liberal-conservadora, cuando la gente embestía a los trapos de colores, casi que con los ojos cerrados, en razón de la virulencia, de la agresividad con la que se desarrollaba la lucha política en esos días.