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Modernizar sí, pero…

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Jorge Enrique Robledo

Manizales, marzo 19 de 1990.

Nadie que posea una mínima comprensión de los asuntos de la economía puede estar en contra de que la producción se modernice. El auténtico desarrollo material de una sociedad lo determina la mayor o menor productividad del trabajo, y esta depende del grado de tecnificación de los procesos. Ninguna nación podrá tener un alto nivel de vida si sus productores directos laboran en el artesanado y la manufactura. Sin la industrialización, sin la maquinización de las faenas, tanto urbanas como rurales, no se logran generar unos excedentes que permitan una correcta satisfacción de las necesidades básicas de la población, incluidas sus expectativas culturales. Entonces, en términos generales, las bondades de la modernización no tienen discusión.

De otra parte, también es fácil conseguir el consenso en torno a que el conjunto de la producción colombiana se caracteriza por su atraso. Todavía una parte inmensa de la agricultura se efectúa con la limitada potencia que permite el trabajo manual, en tanto que muchos de los cultivos mecanizados mantienen productividades inferiores a los de otras latitudes. Y la situación de la economía ciudadana no es mejor. Aún pulula la producción artesanal y manufacturera, y los procesos industriales –en el sentido estricto del término– dejan muchísimo que desear, para no mencionar la casi absoluta ausencia de la llamada “robotización”, que revoluciona la economía en las potencias industriales. Entonces, que hay mucho por modernizar, tampoco admite duda.

El punto de debate se ubica en cómo convertir el atraso en cosa del pasado y en cómo enrumbar a Colombia por la senda del progreso, de forma que reduzca y termine por desaparecer la inmensa brecha tecnológica que nos separa de los países desarrollados.

Y desde el año pasado, las agencias de crédito internacionales –que tiene, según dicen, la misión de llevar la felicidad hasta el último rincón del planeta– le vienen “recomendando” a Colombia que disminuya la protección de su industria, porque –según estas– de ello provendrá automáticamente la modernización de la economía. Ni más, ni menos.

No obstante, prácticamente todos los gremios de la producción, y no pocos analistas independientes, han alertado sobre los enormes riesgos que tendría para el país aceptar las orientaciones de la banca internacional. Y a fe que los llamados de alerta no son exageraciones, pues podemos perder de un plumazo décadas de esfuerzos y sacrificios de toda la nación.

El “libre comercio internacional” ha sido el caballito de batalla de todas las potencias desde cuando el capitalismo sentó sus reales en el planeta. Y las razones saltan a la vista. En una competencia “libre”, las mercancías originadas en unos emporios superavanzados desplazan a las de sus atrasados competidores del Tercer Mundo; y allí en donde, por razones especiales, ello no ocurra, pues adiós al “libre comercio”, y las metrópolis protegen a rabiar a sus productores y subsidian con sumas descomunales sus exportaciones.

Ningún desinterés respalda sus recetas. Todo se limita a que en los últimos años, se ha exacerbado la competencia entre Estados Unidos, Europa y el Japón por el control de los mercados del planeta.

Colombia debe luchar por modernizarse, pero la tecnificación de sus factorías no provendrá de la simple inundación de las mercaderías foráneas. Para ello es menester, en primer término, resguardar su mercado interno y, sobre esa base, hacer todas las adecuaciones necesarias que le permitan a la industria competir, con posibilidades de éxito, con los magnates del orbe.