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EL EMPRESARIADO Y UN PROYECTO DE UNIDAD NACIONAL

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 8 de enero de 2010.

Si Colombia se compara con los países que debe compararse, es decir, con los capitalistas que han salido de la trampa del atraso productivo y la pobreza generalizada, está muy mal. Tanto, que de seguir así, arrastrando un desarrollo inicuo por lo muy escaso y porque beneficia solo a unos pocos, quedará presa de una economía en la que coexisten pequeñas lagunas de modernidad vinculadas a monopolios y trasnacionales y océanos de economía del rebusque, con un corolario inevitable con tendencia a agravarse: más plutocracia y menos democracia y más corrupción y más violencia como mecanismos insustituibles de ascenso económico, político y social.

 

La enorme distancia que separa a Colombia de los países desarrollados la ilustran su ingreso per cápita diez veces menor y una pobreza que cubre al 60% de sus habitantes, en tanto en aquellos afecta al 10%. Hay otra diferencia que incluso puede considerarse peor: crece el abismo que nos separa de las naciones que se hallan en la vanguardia científica y tecnológica. A tal punto ha llegado el desastre que teniendo tierras de sobra dependemos cada vez más de la comida importada, van dos décadas de cierres de industrias mientras las nuevas brillan por su ausencia y la economía se desnacionaliza y tiende a especializarse en la minería de las trasnacionales. ¡A especializarse en minería! ¡Y extranjera! ¡Como en la colonia española, de cuya Independencia se supone empiezan las conmemoraciones! Es evidente que un país así carece de un futuro siquiera medianamente respetable.

 

El desastre se agiganta cuando se sabe que ha empeorado en los gobiernos de Álvaro Uribe, a pesar de que este disfrutó de un crecimiento excepcionalmente alto de la economía mundial, crecimiento que ya colapsó y al que, en el mejor de los casos, le seguirá un largo período de mediocridad económica. Es mucha la experiencia que demuestra que las justificaciones del “libre comercio” podrán servirles de taparrabos ideológico a las medidas que se toman en Washington para beneficiar a las trasnacionales y a unos cuantos criollos, pero no sacarán al país de la encrucijada en que se encuentra.

 

¿Está Colombia, entonces, condenada a ser una plutocracia empobrecida, corrupta y violenta? Por supuesto que no. El país posee los dos recursos claves para la prosperidad de las naciones: enormes riquezas naturales y un pueblo inteligente, creativo y trabajador como el que más, según se reconoce en los países donde tantos colombianos han tenido que irse a trabajar porque en su patria esa posibilidad elemental les es negada por un régimen que distribuye la riqueza de la peor manera y, peor aún, entraba la posibilidad de crearla. Colombia empezará a resolver sus problemas cuando desde la dirección del Estado se impulse un proyecto de unidad nacional que tenga como propósito supremo el progreso de toda la nación y no solo el de los pocos que logren separar su suerte personal de la de sus compatriotas, de manera que a ellos les vaya bien mientras que al resto de país le va mal.

 

Para ese proyecto deberá defenderse, primero, la producción industrial y agropecuaria, desde la pequeña hasta la del empresariado, pues de ella depende el avance de un país como el nuestro. Segundo, las mejores condiciones de vida y de trabajo de los colombianos, porque estas deben ser el objetivo de toda política económica y porque sin ellas la nación no puede prosperar como un todo. Tercero, alcanzar la democracia, pero la auténtica, es decir, la que responde a la idea de gobernar para la inmensa mayoría y mediante criterios democráticos, concepción que incluye rechazar la lucha armada en Colombia como manera de tramitar las diferencias sociales y políticas, según lo hemos planteado desde hace décadas. Y cuarto, lo principal: la soberanía, que significa que debemos relacionarnos con todos los países del mundo, incluido Estados Unidos, pero no con relaciones de mula y jinete, sino con intercambios de respeto mutuo y beneficio recíproco.

 

En lo político, hay que construir una unidad tan amplia como amplia es la unidad social que se propone, que va desde los obreros y los campesinos hasta los empresarios no monopolistas, pasando por las capas medias de todos los sectores. El Polo Democrático Alternativo constituye una buena base, porque se trata de un proyecto unitario, de puertas abiertas. Pero habrá que unir todavía más: a todo el espectro político que considere que el país está demasiado mal, pero que puede salir adelante y que para lograrlo se requiere organizar un gran proyecto de unidad y progreso nacional como el esbozado.